A veces siento que el viento me trae presagios, muchas veces el gris del día junto con el frío confunden la sensación, sin embargo aquel día era evidente que algo estaba ocurriendo.
Como cada mañana de lunes a viernes, la luz todavía no presente pero si perceptible lleno los recovecos de mi habitación y de mi mente consiente, aunque algo diferente podía sentirse en el aire estancado. Mi mirada recaída en el espejo reflejaba la pereza de mis actos, y lo lentos que actuaban sobre mí los estímulos exteriores, casi parecía un árbol anciano. Pero como habría de saber yo en ese entonces que la fragilidad de mis pensamientos enfrascados y retraídos, habrían de cobrar algo más que forma.
El auto estaba más frío que de costumbre, y las vueltas que daba mi madre en cada esquina me mareaban, ya no sabía por dónde íbamos así que solo me limite a mirar hacia fuera, fue entonces cuando lo vi. Sus brazos se elevaban de forma majestuosa sobre el cielo, imperando sabidurías, ofreciendo paz, o de eso daba la sensación. Mas debo aclarar que lo más sorprendente de aquel ser, era su cuerpo riguroso y tallado, todavía no logro comprender si fue mi estado anormal que deliraba o fue la exagerada claridad de mi mente que pudo distinguir por primera vez en todos los años transcurridos en aquel colegio, las formas…las formas que tenia la corteza. Formas abstractas accidentalmente ubicadas de tal manera que con una gran imaginación y una mente muy abierta de podían observar figuras, figuras humanas.
Mire perturbada devuelta dentro del auto, y aunque todo transcurría con calmada y monótona tranquilidad, algo había cambiado para mi ese día, estaba totalmente desconcertada. Y fue de esa manera que entre a clases.
Los profesores pasaron aquella mañana de forma muy parecida a las anteriores, aunque al mismo momento todo parecía una pesadilla. La profesora de biología no hizo más hablar toda la clase, algo muy recurrido en su técnica de enseñanza, lo inaudito fue el tema que nació del comentario que ella incremento al monologo de los cuerpos humanos, haciendo honor a las antiguas religiones y conocimientos sobre la medicina, entre ellas la mitología celta, y escarbando mucho más uno de mis compañeros de aula aporto su conocimiento sobre dríades, tal vez era el destino que la bocanada de aire que tome al salir al recreo representara tantos presagios que no pudo caberme duda de que algo muy singular estaba ocurriendo. Fue en la clase de geografía que surgió de lo más recóndito de mi alma, un miedo tan espeluznante que cuando mas intentaba apaciguarlo más crecía. Alicia, la profesora, tenía un nombre muy peculiar, su nombre traía a mi mente a la Alicia de mi infancia, En el País de las maravillas, adecuado y acertado pues lo que sucedió después de esa clase jamás podría confundirse con la realidad o la credibilidad de los hechos, y de haber sido posible me habría auto excusado alentándome a creer que todo había sido no mas que ese terrible sueño comenzado una vez despierta. Así es como me entere de la historia del jardinero, aquel jardinero tan antiguo que había plantado unos 168 años atrás, aquel árbol que de una manera casi imposible había llegado desde su ubicación en la esquina opuesta al establecimiento hasta la última clase, del último salón, de la ultima escuela del vecindario. Este hombre, nacido y crecido dentro de la escuela, era un pobre jardinero aficionado a los árboles, para la época en que vivía sus extrañas investigaciones, eran consideradas algo peligroso. Los alumnos del colegio lo debían mirar con evidente rechazo, y hasta se afirmo que un grupo de jóvenes del último año lo vieron practicar brujería, desgraciados esos alumnos que garantizaron le expulsión del colegio, hasta ese entonces su hogar. Día a día, simplemente se limitaba a permanecer a los alrededores de su antigua casa, pero en las noches su humilde e inocente cara se tornaba afilada y aguda, sus movimientos demasiado ágiles y su mente adquirían el color de la locura. Y fue de esa locura que el hombre muy angustiado, planto el árbol que hoy en día vemos, sin embargo vacío de mente y alma se marcho lejos para no volver y solo pocos vecinos lo volvieron a ver caminando siempre hacia el sur. La historia había dejado en todos los demás presentes, una idea y tal vez un motivo de burla y carcajadas, pero yo no podía ver nada gracioso en lo relatado, los matices de los cuestionamientos habían aflorado en mí, y cuando salí del colegio, fui directo al árbol.
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