Aburrimiento, rutina. Estar solo y
sentirse solo son dos cosas diferentes. Dos cosas que no necesariamente están
unidas, ni una desemboca en otra, ni otra en una. Llueve y estoy sola en la
casa de mi papá, me siento sola desde que fui a trabajar y fui invisible para
todos, que hacían su trabajo (escaso por la fecha) y no había nada que
delegarme. Claro que decidí que era mejor perder el tiempo en un sillón que en
una oficina…así que finalicé mi día laboral con un casi rencoroso “Si no hay
nada que hacer, me voy a mi casa”. Así que seguí sintiéndome sola, con esa
desesperación de soledad y sentimiento de angustia pululante, girando alrededor
de mi cabeza mientras pisteaba en zigzag la plaza de Constitución, y con ese
halo de calor sofocante (mente putrefacto, que parece calor de animal muerto al
costado de la ruta (no soy amante del verano)).
Para aumentar los infortunios, faltaban
treinta minutos para que saliera el tren a Bosques, que me lleva a Ranelagh y
no sabía dónde meterme para pasar el tiempo. Estaba rodeada de personas, de
gente y de nenitos tirados en un colchón en el suelo, todos amontonados; me
sentí insignificante teniendo que cargar la tarjeta SUBE de a $5 por miedo a
quedarme sin plata, tener que pedir mas y ver la cara de mis padres cuando les
pidiera más. Esto último me hizo sentir culpable porque justamente estaba lleno
de niños que carecen de dinero para hacer tantas de las cosas que yo hago, me
dije a mi misma: “tengo que agradecer que no me encuentro en esa situación”..
¿de verdad Juliana? ¿no estarás buscando tu consuelo a costa de no estar como
los demás? Y no tenía nadie a quien contarle mis pensamientos, a quien pedirle
un intercambio.
Finalmente resolví subir al tren (después
de dar algunas vueltas en circulo y descubrir algunos hombres corpulentos
mirándome inquisitivamente de camino al vagón). Me senté y noté qué mi cara de
OGT era notable hasta por mi, ¡que no tenía espejo! Estaba mareada, si cerraba
los ojos casi podía visualizar un bloque de 15kg encima de mi pecho y una
caldera a leña en el asiento de al lado.
Gracias a lo que sea el viaje en tren se
me pasó muy rápido, me ví arrancada de la ficciónn del libro que estaba leyendo
subitamente, estaba en casa… por un momento ese angustiante y pululante
sentimiento de soledad se distrajo y me di cuenta que mientras leía solo padecí
de calor, deshidratación, un poco de mareo y ansiedad para pasar de página.
El error principal fue, claramente, no
haber puesto el CD de salsa que encontré arriba de la mesada después de entrar
en la casa de mi papá, encontrarla muda y vacía, sacarme la remera y las
medias. La devoción momentánea que sentía por el desenlace del libro
primeramente me privó de la necesidad de escuchar música, sin embargo cuando se
me “arenaron” los ojos de leer y miré con ellos alrededor me dí cuenta de que
esta vez estaba completamente sola y me sentía sola también. Dí vueltas y me
enojé mucho cuando casi no abro el paquete de fideos Giacomo rellenos de
verdura por la estandarización que se me fijó en la cabeza no sé ni me molesté
en pensar por qué; “las cosas ricas y nuevas son especiales, no para comer sola
cualquier día”, consecuentemente comí esos fideos. Gracias a mi estupenda
angustía y malestar físico consistido en calor, transpiración, mal olor
corporal, hambre, vejiga llena y ganas de solucionar todo eso, ganas que se
encontraban congeladas por la promesa de hacerlo después de “una página más”…
la angustia se volvió oral, me comí todo el plato aunque no tenía más hambre,
¿conclusión de conclusiones? MAS CULPA.
Más tarde, como 15.32 una serie de
contactos gentilicios hicieron plantearme nuevamente lo incompetentes,
irresponsables, inmaduros e impensantes (por no decir pelotudos) que son los
pibes de mi edad (la mayoría, no todos).
Lo peor de todo es que buscando
soluciones para mi insistente sentimiento de soledad, recuerdo que las chicas
de mi edad inusualmente están en situaciones como las mías que hacen lo que
tienen ganas y no se la pasan pensando planes chinos para descubrir qué es lo
que más conviene.
Volviendo a mi día, qué extraño que es entrar
en el baño todo oscuro y blanco y sentir esa aprensiva angustia en el estómago
que solías sentir cuando eras chico, en verano y se terminaba el día, esa
desesperación de estar con tu mamá y miedo a dormir solo en tu cama. Por lo
menos yo ese recuerdo lo recuerdo bien bien.
Después de cantar en inglés una canción
inventada por mi con una letra muy simple pero contando cómo me sentía en ese
momento, me sentía participante de un musical trucho que me dio pena de mi
misma y derramé algunas lagrimitas, resolví que necesitaba un psicólogo muy
bueno, como los de las películas, esos que tratan a psicópatas.
Y final-finalmente me pregunté al mismo
tiempo de sentirme completamente absurda, qué era tan dramático. Terminé por
sonreír ante mi estupidez. Moraleja del día: puedo ser realmente pelotuda
cuando estoy aburrida (no quita que no necesite un buen psicólogo de película).