Todos los días somos alguien distinto, empujados por la inercia de quien fuimos ayer y el impulso de quien creemos ser.

lunes, 10 de diciembre de 2012

un tobogán y la soledad



Aburrimiento, rutina. Estar solo y sentirse solo son dos cosas diferentes. Dos cosas que no necesariamente están unidas, ni una desemboca en otra, ni otra en una. Llueve y estoy sola en la casa de mi papá, me siento sola desde que fui a trabajar y fui invisible para todos, que hacían su trabajo (escaso por la fecha) y no había nada que delegarme. Claro que decidí que era mejor perder el tiempo en un sillón que en una oficina…así que finalicé mi día laboral con un casi rencoroso “Si no hay nada que hacer, me voy a mi casa”. Así que seguí sintiéndome sola, con esa desesperación de soledad y sentimiento de angustia pululante, girando alrededor de mi cabeza mientras pisteaba en zigzag la plaza de Constitución, y con ese halo de calor sofocante (mente putrefacto, que parece calor de animal muerto al costado de la ruta (no soy amante del verano)).
Para aumentar los infortunios, faltaban treinta minutos para que saliera el tren a Bosques, que me lleva a Ranelagh y no sabía dónde meterme para pasar el tiempo. Estaba rodeada de personas, de gente y de nenitos tirados en un colchón en el suelo, todos amontonados; me sentí insignificante teniendo que cargar la tarjeta SUBE de a $5 por miedo a quedarme sin plata, tener que pedir mas y ver la cara de mis padres cuando les pidiera más. Esto último me hizo sentir culpable porque justamente estaba lleno de niños que carecen de dinero para hacer tantas de las cosas que yo hago, me dije a mi misma: “tengo que agradecer que no me encuentro en esa situación”.. ¿de verdad Juliana? ¿no estarás buscando tu consuelo a costa de no estar como los demás? Y no tenía nadie a quien contarle mis pensamientos, a quien pedirle un intercambio.
Finalmente resolví subir al tren (después de dar algunas vueltas en circulo y descubrir algunos hombres corpulentos mirándome inquisitivamente de camino al vagón). Me senté y noté qué mi cara de OGT era notable hasta por mi, ¡que no tenía espejo! Estaba mareada, si cerraba los ojos casi podía visualizar un bloque de 15kg encima de mi pecho y una caldera a leña en el asiento de al lado.
Gracias a lo que sea el viaje en tren se me pasó muy rápido, me ví arrancada de la ficciónn del libro que estaba leyendo subitamente, estaba en casa… por un momento ese angustiante y pululante sentimiento de soledad se distrajo y me di cuenta que mientras leía solo padecí de calor, deshidratación, un poco de mareo y ansiedad para pasar de página.
El error principal fue, claramente, no haber puesto el CD de salsa que encontré arriba de la mesada después de entrar en la casa de mi papá, encontrarla muda y vacía, sacarme la remera y las medias. La devoción momentánea que sentía por el desenlace del libro primeramente me privó de la necesidad de escuchar música, sin embargo cuando se me “arenaron” los ojos de leer y miré con ellos alrededor me dí cuenta de que esta vez estaba completamente sola y me sentía sola también. Dí vueltas y me enojé mucho cuando casi no abro el paquete de fideos Giacomo rellenos de verdura por la estandarización que se me fijó en la cabeza no sé ni me molesté en pensar por qué; “las cosas ricas y nuevas son especiales, no para comer sola cualquier día”, consecuentemente comí esos fideos. Gracias a mi estupenda angustía y malestar físico consistido en calor, transpiración, mal olor corporal, hambre, vejiga llena y ganas de solucionar todo eso, ganas que se encontraban congeladas por la promesa de hacerlo después de “una página más”… la angustia se volvió oral, me comí todo el plato aunque no tenía más hambre, ¿conclusión de conclusiones? MAS CULPA.
Más tarde, como 15.32 una serie de contactos gentilicios hicieron plantearme nuevamente lo incompetentes, irresponsables, inmaduros e impensantes (por no decir pelotudos) que son los pibes de mi edad (la mayoría, no todos).
Lo peor de todo es que buscando soluciones para mi insistente sentimiento de soledad, recuerdo que las chicas de mi edad inusualmente están en situaciones como las mías que hacen lo que tienen ganas y no se la pasan pensando planes chinos para descubrir qué es lo que más conviene.
Volviendo a mi día, qué extraño que es entrar en el baño todo oscuro y blanco y sentir esa aprensiva angustia en el estómago que solías sentir cuando eras chico, en verano y se terminaba el día, esa desesperación de estar con tu mamá y miedo a dormir solo en tu cama. Por lo menos yo ese recuerdo lo recuerdo bien bien.
Después de cantar en inglés una canción inventada por mi con una letra muy simple pero contando cómo me sentía en ese momento, me sentía participante de un musical trucho que me dio pena de mi misma y derramé algunas lagrimitas, resolví que necesitaba un psicólogo muy bueno, como los de las películas, esos que tratan a psicópatas.
Y final-finalmente me pregunté al mismo tiempo de sentirme completamente absurda, qué era tan dramático. Terminé por sonreír ante mi estupidez. Moraleja del día: puedo ser realmente pelotuda cuando estoy aburrida (no quita que no necesite un buen psicólogo de película).

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